Tropas
italianas entrando en Málaga |
La
transición democrática ha propiciado
una nueva lectura de la Guerra Civil
más serena y desapasionada, que ha
puesto el énfasis en los efectos
destructivos de la convivencia y en la
ruptura de la línea de progreso
histórico abierta por el régimen
republicano.
Pese a su corta duración en Málaga
-menos de siete meses- el dramatismo del
curso de los acontecimientos, junto a
sus terribles repercusiones humanas,
marcaron para siempre la historia de la
provincia.
|
Grupos de refugiados en la Santa
Iglesia Catedral |
La
crisis de 1936
El triunfo del
Frente Popular en las elecciones del 12 de
febrero de 1936 decidió a los conspiradores
contra la República a iniciar el movimiento
militar que impusiese un régimen de orden
en el país. En aquellos meses, España
vivía en un ambiente prerrevolucionario y
el clima de violencia, practicada por las
milicias de las organizaciones más
extremas, contribuyó a la justificación
política del alzamiento militar. En
Málaga, durante los meses de mayo y junio,
fueron asesinados el falangista Antonio
Díaz Molina, el concejal comunista Andrés
Rodríguez, el socialista y presidente de la
Diputación Antonio Román, el militante de
la FAI Miguel Ortiz, y un militante de la
CNT. Pero, como señala Carr, no hubo
estallido revolucionario, sino que la
revolución se produjo para combatir la
sublevación militar y el movimiento
político derechista que la acompañaba.
Los
conspiradores habían previsto la
declaración del estado de sitio por los
comandantes militares en cada provincia y,
en caso necesario, la ayuda de las tropas de
Africa. Esto era lo que se esperaba que
ocurriese en Málaga el 18 de julio de 1936.
La casa de la familia Larios fue
destruida |
Fracaso
del levantamiento
El fracaso del
alzamiento en Málaga se debió a la
indecisión del general Patxot, que mandaba
la IV Brigada, ante la previsible
resistencia al golpe de las organizaciones
obreras y políticas fieles a la República,
y la actuación decidida del gobernador
civil de Izquierda Republicana, Antonio
Fernández Vega, y del capitán de la
Guardia de Asalto, Molino. El capitán
Huelin y el teniente Segalerva, como estaba
previsto, sacaron las tropas a la calle y
recorrieron la ciudad en medio de la
confusión, hasta comenzar a ser tiroteados,
y sin poder llegar al Gobierno Civil,
defendido por las fuerzas de asalto. Ante la
frustración del levantamiento,en la
madrugada del 19, las tropas fueron
retiradas. La práctica totalidad de la
oficialidad del Ejército fue detenida y
encarcelada, lo que traería consecuencias
inmediatas para la organización de la
defensa militar de Málaga. La multitud que
había quemado los conventos en 1931
reapareció, incendiando y destruyendo ahora
sistemáticamente los bienes y símbolos de
la burguesía y las clases altas
malagueñas. En medio de un clima inicial de
euforia popular, se iniciaba la revolución
y la guerra civil en Málaga.
Tropas nacionales desfilan por
la calle Larios |
La
revolución en la guerra
La gravedad de
la situación española calmó
momentá-neamente las divisiones y
enfrentamientos entre las organizaciones del
Frente Popular, pero también debilitó
peligrosamente la estructura del Estado,
sustituido por nuevos organismos
revolucionarios -los Comités- de carácter
multipartidario y con atribuciones para
organizar la producción y la defensa en la
provincia. Las tensiones entre estos
órganos y las instituciones, especialmente
el Ayuntamiento y el Gobierno Civil,
constituyen uno de los aspectos decisivos de
la suerte de la Málaga republicana en la
Guerra Civil, destacando especialmente la
actitud anarquista de no someterse a la
autoridad del Estado.
La escritora
norteamericana Gamel Woolsey (1895-1968),
esposa de Gerald Brenan, ofreció una
visión de la guerra en Málaga en "El
otro reino de la muerte", publicado en
1939, que contrasta con la literatura
militante del momento en ambos bandos.
Woolsey atribuye la violencia desatada
contra las derechas al miedo frente a la
amenaza de la Legión extranjera -"los
moros"- y a los bombardeos
nacionalistas. El odio era así "la
otra cara del miedo", una violencia
espontánea, incapaz de ser controlada por
la República, pese a los numerosos
esfuerzos en ese sentido, que a ella le
resultaba pornográfica. La escritora
recogió el testimonio de los ejecutores de
las sacas tras los ataques aéreos:
"Son peores, nos hacen cosas peores.y
eso que son gente educada. ¿qué puede
esperarse de nosotros que somos unos pobres
ignorantes? Sin embargo ellos han tenido
oportunidades y fueron a escuelas y
universidades y mire cómo se comportan,
peor que nosotros". Todos los partidos,
sin embargo, "condenaron y deploraron
los asesinatos", pero no pudieron
detenerlos, aunque se redujeran. El número
de víctimas, según las estimaciones de
Antonio Nadal, fue de 3.406. Todavía
sobreviven en algunas iglesias de la
provincia las lápidas con los nombres de
las víctimas nacionalistas de la guerra, y
hasta hace pocos años la entrada del
Colegio de los Jesuitas de El Palo estaba
presidida por la lista de los alumnos
fallecidos en la Guerra Civil. Hasta la
Transición, en cambio, no hubo recuerdo
para las víctimas republicanas.
La revolución
llegó también a la economía, supeditada a
las necesidades de la guerra y el
abastecimiento de la población. Aunque se
incautó la Industria Malagueña de los
Larios, y más tarde se generalizó el
control obrero, fueron respetadas las
pequeñas empresas, comercios y propiedades.
La guerra
terminó así mismo con la información
veraz. Los medios, prensa y radio, se
pusieron al servicio de la victoria en los
dos bandos, pero con tal fuerza que, sobre
todo la radio, resultaba un medio
"fascinante". Gamel Woolsey
reconoce que las noticias de Sevilla eran
las que más tenían que ver con la realidad
de lo que pasaba en España, y escribió que
las terribles y amenazadoras charlas de
Queipo de Llano, cuya voz suave y suelta le
recordaba la de un bebedor habitual,
resultaban extraordinarias. Una vez oyó un
discurso falangista tan noble, que le
resultó idéntico al del anarquismo más
elevado: "Ambos eran la voz de lo mejor
de España: el idealismo puro y
apasionado".
Reorganización
republicana
El
descabezamiento militar tras la sublevación
dio lugar a la formación de milicias
fuertemente politizadas y mandadas por
suboficiales. La fuerza del anarquismo en
Málaga en esos momentos se apreciaba en la
figura del teniente coronel Romero Ba-ssart,
comandante militar de la provincia, cercano
a sus tesis, y en su influencia sobre el
Comité de Enlace, que coordinaba al resto
de comités sectoriales. Los socialistas
tenían más presencia en las debilitadas
instituciones, y el Partido Comunista con el
curso de la guerra fue convirtiéndose en la
más fuerte e influyente de todas las
organizaciones, sobre todo con la
designación en noviembre del médico y
diputado comunista Cayetano Bolívar como
comisario político de la provincia.
El
nombramiento de Largo Caballero como
presidente del Gobierno y ministro de la
Guerra trajo consigo el intento de poner fin
a la revolución, reforzar las instituciones
republicanas y restablecer la disciplina
militar. Pese a la oposición anarquista, se
militarizó a las milicias, se puso freno a
la represión, se reorganizó la justicia
popular y se procedió a nuevos
nombramientos políticos y militares.
Caída de
Málaga
Largo
Caballero atendió en lo posible al frente
de Málaga con material de guerra (Mis
recuerdos, 1976). Nada de ello, sin embargo,
fue suficiente para detener el avance de las
tropas de Queipo, que a mediados de
septiembre habían conquistado Antequera,
Archidona y Ronda, y a principios de enero
iniciaban una ofensiva imparable que les
llevaría a las calles de Málaga en un mes.
Militarmente la situación era muy desigual
entre ambos bandos, tanto en fuerzas de
tierra, como de mar y aire, a lo que
contribuyó decisivamente la participación
estelar de los "camisas negras"
voluntarios italianos, y la neutralización
de la Armada republicana en las costas de
Málaga por alemanes e italianos. Hoy
sabemos, merced al descubrimiento de Antonio
Checa, que la disuasión fue expeditiva, con
el ataque alemán y hundimiento del
submarino republicano C-3.
La presión en
todos los frentes sobre Málaga, el
bombardeo naval de la ciudad y el temor a
que se cortase la retirada por la carretera
de Almería, decidió al coronel Villalba y
a Bolívar a abandonar la ciudad en esa
dirección. A primeras horas de la mañana
del 8 de febrero de 1937 entraban las
primeras tropas nacionales por Huelin,
eliminando rápidamente toda resistencia.
Las familias nacionalistas pudieron respirar
tranquilas, y se iniciaba el calvario para
quienes habían defendido la República,
muchos de los cuales habían emprendido
también la huida por la carretera de
Almería.
Los fugitivos
tardaron 5 días en llegar a la capital
vecina, bombardeados por los barcos
nacionalistas. El desarme de los soldados
malagueños, según Rafael Quirosa,
necesitó de la intervención del gobernador
y de las Juventudes Socialistas, Guardia de
Asalto, fuerzas de la Armada y un batallón
de la Brigada Internacional.
Las
responsabilidades
La caída de
Málaga "conmovió el sentimiento
nacional" (Largo Caballero, Mis
recuerdos) y desató un fuerte debate
político. Para Largo Caballero, se debió a
las luchas intestinas en Málaga, a la falta
de disciplina que facilitó el espionaje
nacionalista y a la batalla que el PCE, que
dominaba políticamente en Málaga,
emprendió contra el general Asensio, su
mano derecha y subsecretario de la Guerra.
En el bando nacionalista, en cambio, la toma
de Málaga fue un éxito que Franco no dejó
disfrutar a Queipo de Llano, y que permitió
satisfacer las aspiraciones del cuerpo
expedicionario italiano.
No se habían
cumplido las previsiones de que una ciudad
dominada por las izquierdas sería
inexpugnable frente al fascismo. Málaga no
fue una Numancia republicana. Gerald Brenan
solía decir que los rebeldes "pueden
tomar Málaga cualquier tarde que les
apetezca", y Gamel Woolsey estaba
convencida entonces de que los malagueños
"nunca intentaron realmente defender su
ciudad" y que fue un mérito de ellos
"que no mostraran en general ninguna
disposición para la guerra". Para
ella, la tenacidad, la obstinación, la
irracionalidad de una resistencia tensa y
agonizante era propia más bien de los
pueblos del norte de España, y no de los
malagueños, cuya valentía no ponía en
duda sin embargo.
Los presuntos
responsables de la caída fueron absueltos,
y Bolívar se amparó en la inmunidad
parlamentaria. Como en el resto de España,
la división interna así como la ruptura de
la línea jerárquica militar, fueron
fatales para la República en Málaga.
Cuando empezaron a corregirse, Málaga era
prácticamente insalvable. Su situación,
tan cercana al punto neurálgico del
Estrecho, y el triunfo de la sublevación en
Sevilla, Córdoba y Granada, colocaron a la
provincia en una situación delicada. La
necesidad de defender Madrid primó sobre
otros frentes secundarios, como reconoció
Largo Caballero. Con todos estos
condicionantes, ¿habrían podido los
malagueños alargar la resistencia de la
República en la provincia?