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Picasso y los toros

Una de las cosas que el pintor malagueño más añoraba de España eran las corridas de toros. Su afición a la Fiesta era tan grande que iba incluso a las plazas portátiles a ver becerradas
TEXTO: PACURRÓN / FOTOS: SUR Y ANDRÉ VILLERS / MÁLAGA



EN FAMILIA. Picasso, con Dominguín, Lucía Bosé y sus hijos Miguel, Lucía y la pequeña Paola. 

En muchas ocasiones dijo Picasso que la mayor nostalgia que tenía de España era la de no poder presenciar con frecuencia corridas de toros y recordaba cuando, muy niño, su padre lo llevaba a La Malagueta para ver a las figuras de la época. Para mitigar este sentimiento, el genio malagueño fijó su residencia en el sur de Francia, en la zona en la que proliferaban los festejos taurinos, en los que estaba presente siempre que sus obligaciones artísticas se lo permitían.

Simón Casas, el actual apoderado de Javier Conde, francés, y matador de toros retirado, recuerda que precisamente Picasso influyó de forma decisiva en sus ilusiones de ser torero:

-«Yo vivía en Nimes y Picasso iba siempre a su coliseo romano para ver toros. Después de la corrida se reunía con otros aficionados ilustres, como Ernest Hemingway y Jean Cocteau, en el Hotel Emperador, en el que se hospedaban los toreros. Yo, cuando podía, entraba a su jardín y allí me quedaba admirado mirando a personas tan importantes. Pensé que quizá yo algún día, si era figura del toreo, podría alternar con ellos y esta ilusión me hizo probar fortuna como torero».

-¿Llegó a tratarlo?

-«Me le presentaron en una ocasión, pero ahí quedó la cosa. Aunque su imagen se hizo familiar en las plazas de toros porque tenía tal afición que recuerdo que cuando yo era becerrista iba a Frejus, Béziers e incluso a plazas portátiles en las que yo toreaba, y luego a todas las del sur de Francia. Con el que sí mantuve una gran amistad fue con su peluquero, un español exiliado que, según contaría posteriormente Luis Miguel Dominguín, fue una de las causas de que Picasso no volviera a España».

La amistad del peluquero

Como es natural, dada su fama mundial y las amistades que tenía en España, hubiera sido fácil que regresara, porque no tenía nada de lo que dar cuenta, salvo de su ideología política. Pero cuando el entorno de Luis Miguel Dominguín le proponía el retorno, él decía: «No puedo, porque a mi peluquero, que tiene cuentas pendientes, no se lo permitirían». Quizá una excusa, pero los que le conocieron coinciden en que, efectivamente, el que lo afeitaba y cuidaba de los pocos cabellos que le quedaban era uno de los mejores amigos del genio malagueño.

Las presentaciones entre Luis Miguel Dominguín y Picasso las hizo el escritor y cineasta francés Jean Cocteau. En una biografía del torero madrileño escrita por Carlos Abella cuenta Luis Miguel que después de una corrida en Arles, que él no había toreado, se celebró una cena y Cocteau, que tenía un gran interés en que fueran amigos, los sentó juntos. Picasso miraba con cierta desconfianza a Dominguín, porque sabía de su amistad con Franco y pensaba que, al igual que él, odiaba a los comunistas.

Brindis conciliador

Pero en muy poco tiempo empezaron a hablar y en el festejo siguiente, Luis Miguel Dominguín le brindó la muerte de un toro a Jean Cocteau y de nuevo se fueron a cenar juntos, ya sin reticencias. En la segunda actuación de Luis Miguel, el brindis fue para Pablo Picasso.

Llegaron a ser tan amigos que cuando Luis Miguel y su mujer, Lucía Bosé, se fueron a América para hacer la temporada de invierno, sus dos hijos mayores, Lucía y Miguel, se quedaron en la casa de Picasso, cuidados por la esposa de éste, Jacqueline. Al regreso, el matrimonio informó a Picasso de que vendría un tercer hijo y que se llamaría Pablo o Paola, según fuera niño o niña. Y Picasso se ofreció para ser el padrino. Paola, por cierto, ha sido la única que ha mantenido siempre el nombre artístico de Dominguín, porque sus hermanos Lucía y Miguel prefirieron el apellido de su madre, Bosé.

He tenido muchas conversaciones con Luis Miguel sobre Picasso y me contaba que en una con Franco, en el transcurso de una cacería, habló con él de Picasso y, en su presencia, le dijo a Camilo Alonso Vega, que era el ministro de Gobernación, que no se pusiera obstáculo alguno ni a Picasso ni a quienes lo acompañaran para entrar en España.

Una de las mayores ilusiones de Picasso era la de venir a Málaga para comer chanquetes, pero siempre decía que estaba muy ocupado y que no podía viajar.

La picaresca del genio

-«Picasso -decía Luis Miguel- era muy andaluz, muy malagueño, un tanto pícaro. Cuando almorzábamos en cualquier restaurante y pagaba él siempre lo hacía con un cheque porque sabía que el propietario no lo llevaría al banco para cobrar las ocho o diez mil pesetas del importe y se quedaría con él como recuerdo. Y se reía mucho ante esta posibilidad».

Luego las relaciones se enfriaron, por malos entendidos, pero Luis Miguel Dominguín siempre guardó un entrañable recuerdo de Pablo Ruiz Picasso y también de Jacqueline.

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