8
de abril de 1973. Hoy hace 31
años que llevé al entierro de
Pablo Ruiz Picasso en
Vauvenargues, Francia, un gran
ramo de rosas rosas. Fue la
despedida a Pablo Ruiz Picasso, un
niño de Málaga, que más que
morir dejó de pintar para siempre
en la madrugada del domingo 8 de
abril de 1973.
Dos años
antes, siendo yo vocal de artes
plásticas de aquel memorable
Ateneo de Málaga presidido por
Fernando Álamos de los Ríos y
por Ramón Ramos, escribí un
guión cinematográfico sobre la
infancia malagueña de Picasso. Me
interesaba conocer todo lo posible
de aquellos primeros diez años de
vida, de los que tan sólo había
contado un par de anécdotas su
amigo y secretario Jaime Sabartés.
Tras las
gestiones de Ramón Ramos desde el
Ateneo y de Rafael Alberti desde
Italia, Picasso aceptó participar
en la película, supongo que más
que nada por tratarse de la
propuesta de un director de cine
malagueño e independiente.
Animado
por esta posibilidad, solicité
una subvención al Ayuntamiento de
Málaga para poder rodar la
película cuyo primer guión se
titulaba 'Boceto para una torre de
caramelo' como homenaje al título
que Picasso le puso a la Torre de
Hércules de Coruña en un dibujo
que hizo en uno de los
periodiquillos que Pablo enviaba a
la familia de Málaga. Según le
explicó a Sabartés, esos
'periódicos' tenían el tamaño
de las hojas de la libreta escolar
que, dobladas por la mitad y
pegadas o cosidas manualmente,
formaban un cuadernillo de cuatro
páginas que llenaba de dibujitos
y de leyendas explicativas.
Por deseo
del entonces concejal de cultura
de Málaga, el guión pasó a
titularse 'El niño malagueño
Pablo Ruiz Picasso' del que años
más tarde resultó el
cortometraje 'Málaga y Picasso'.
Con un título u otro, lo que
desde el principio me interesó de
la película como documentalista
era situar el mayor tiempo posible
a Picasso ante una cámara, para
que contase todo lo que pudiera
recordar de su infancia en
Málaga.
Difícil
cobro
Tras un
año de pequeñas modificaciones
en el guión para que quedase a
gusto del concejal municipal, el
pleno del Ayuntamiento de Málaga
aprobaba el 27 de diciembre de
1972 concederme una subvención
para hacer la película. Según
publicó Julián Sesmero en las
páginas de SUR al día siguiente:
«León Portillo, en una moción
al Ayuntamiento plenario, pide
autorización (y dinero) para que
el cineasta Miguel Alcobendas
realice una película titulada 'El
niño malagueño Pablo Picasso'».
No obstante, no logré cobrar el
dinero -430.000 pesetas- para
rodar la película hasta el 5 de
enero de 1979, ¿seis años
después del fallecer Picasso!
Dejando de
lado la lamentable participación
municipal en la película, aquella
mañana del 8 de abril de 1973
Manolo Blasco, que conocía el
proyecto de la película, me
llamó por teléfono para decirme
que le acaban de comunicar que su
primo Pablo Picasso había
fallecido.
Como
acostumbraba a trabajar después
de cenar, Picasso no solía
levantarse antes de las diez y,
serían ya las once, cuando
Jacqueline lo encontró en la cama
muerto. La noticia saltó
inmediatamente a las emisoras de
radio francesas y la televisión
interrumpió su habitual
programación para dar en un flash
la noticia de la muerte del
pintor: «Picasso est mort». En
España, en cambio, los medios
informativos tardaron varias horas
en dar la noticia hasta recibir la
autorización de El Pardo, ya que
de todos era conocido el rencor de
Franco hacia Picasso.
Después
de hablar con Manolo Blasco llamé
por teléfono a Paco de la Torre,
hoy alcalde de Málaga, con quién
entonces yo trabajaba en la
Diputación, para darle la noticia
de la muerte de Picasso y pedirle
permiso para ir a Francia al
entierro y poder rodar las honras
fúnebres que se hiciesen a
Picasso. Recuerdo que Paco de la
Torre se ocupó personalmente de
que ese mismo domingo me renovaran
el pasaporte que tenía caducado y
de gestionar dos plazas en el
primer avión del lunes desde
Barcelona a Niza, cuyo pasaje
estaba completo.
En aquel
vuelo del lunes 9 de abril había
muy pocas caras conocidas de los
amigos de Picasso tan numerosos en
Barcelona: sus cuatro sobrinos
Villaltó Ruiz, el doctor
Raventós, el ya anciano pintor
Manuel Pallarés acompañado por
su hijo y algunos periodistas
catalanes, malagueños ninguno.
Conmigo viajaba Paco Ojeda
Villarejo como operador de
cámara.
Tras la
gran verja
Soportando
una suave pero fría lluvia ante
la verja del jardín de la casa
había una verdadera multitud de
periodistas de todo el mundo. Los
alrededores de la casa estaban
acordonados por un destacamento de
la Gendarmería que incluso
pedían la acreditación a los que
no tenían un claro aspecto de
periodistas.
La casa
Notre-Dame-de-Vie, donde le había
sobrevenido la muerte, se la
había comprado Picasso al clan
inglés de cerveceros Guiness.
Tras la verja de hierro que
rodeaba la casa, el jardinero de
Picasso, Jacques Barra, se
mostraba desconsolado ante las
visitas: «Pero si ayer estaba
bueno, si ayer habló conmigo, era
un hombre tan sencillo».
Además de
excusarse por no poder permitir la
entrada, al parecer también
debía tener estrictas órdenes de
no dejar pasar la verja ni tan
siquiera una tarjeta de pésame.
Pudimos ver cómo no se aceptó ni
una sola flor de las muchas
coronas que llegaron, incluido el
gran ramo de rosas rojas que
pretendió entregar personalmente
el director del MOMA de Nueva York.
Además, fuimos testigos de cómo
se negó el acceso a Juan Villalta
Ruiz, primo carnal de Picasso...
La verja
del jardín de Notre-Dame-de-Vie
tan sólo se abrió en dos
ocasiones: una para permitir la
acceso del Prefecto de los Alpes
Marítimos y otra para que entrase
Pablo, el hijo mayor de Picasso.
Nada ni nadie más pudo traspasar
la puerta de la verja. Ya casi
anocheciendo, el propio jardinero
nos contó la única información
directa sobre cómo había muerto
Picasso: «Yo estaba trabajando
ayer en el jardín, cuando sobre
las once y media de la mañana, mi
mujer me anunció que el patrón
había muerto. Nuestra sorpresa
fue total, porque nada nos había
hecho sospechar de una noticia tan
brutal ya que el maestro se
encontraba bien. El sábado por la
noche había estado hasta tarde
con unos amigos de Cannes que
habían venido a cenar a casa (el
señor Antebi, abogado, y su
esposa). La reunión duró hasta
poco antes de la medianoche y
después de despedir a sus amigos
el maestro se encerró en su
estudio para trabajar un poco,
como hacía todas las noches antes
de acostarse. Parece ser que la
muerte le sobrevino de madrugada,
sin que se diera cuenta, mientras
dormía».
Finalmente,
hablando ya a solas con el
jardinero pude conseguir, entre
otras pequeñas informaciones de
las costumbres familiares de
Picasso, que me dijese el nombre y
la dirección de la floristería
donde habitualmente encargaban la
flor cortada para la decoración
del interior de la casa: Fleurs de
Primavera en la Rue d'Antibes de
Cannes. Cuando oscureció
totalmente y sin que hubiese
trascendido comunicado por parte
de la familia sobre la hora y el
lugar del entierro, todos los que
habíamos pasado horas allí nos
fuimos marchando hacia nuestros
hoteles en Cannes.
A la
mañana siguiente, los más
madrugadores ya llegamos tarde
ante la puerta de
Notre-Dame-de-Vie: el cuerpo de
Picasso había sido trasladado a
medianoche al castillo que el
pintor tenía en Vauvenargues
(Alpes franceses), donde iba a ser
enterrado. Antes de salir, Paco
Ojeda y yo nos pasamos por la Rue
d'Antibes de Cannes para comprar
una corona de flores. La
encantadora propietaria nos dijo
que Picasso detestaba las coronas
y que sus flores preferidas eran
las rosas de color rosa.
Entregar
las flores
Cuando
llegamos a Vauvenargues, ya era
mediodía. El frío a cero grados
era duro, especialmente para Paco
Ojeda que había ido calzado y
vestido de abril malagueño. Al
nevado pueblecito fueron llegando
periodistas, fotógrafos y
cámaras de televisión franceses,
italianos, alemanes y japoneses
pero nadie de TVE, ya que su
enviado especial, Manolo Alcalá,
se quedó en el hotel de Mougins.
El único camino de empedrado
medieval que une el pueblo con el
castillo estaba bloqueado por
gendarmes con perros.
Con
nuestras flores en la mano sobre
las que en letras doradas se leía
'Málaga a Pablo Picasso' en una
cinta morada, estuvimos
discutiendo largo tiempo con el
mando de los gendarmes para que
nos dejase llevar las flores hasta
el castillo, que según le
mentimos habíamos traído desde
su ciudad natal. Después de más
de media hora de explicaciones,
ruegos y súplicas, el gendarme
accedió a ir hasta el castillo
para consultar con la familia. Un
buen rato después volvió para
pedirme el pasaporte con el que
entró de nuevo en el castillo.
Cuando regresó, tras devolverme
el pasaporte, me comunicó que
«Madame Jacqueline Roque, viuda
de monsieur Picasso aceptaba
excepcionalmente las flores que
habíamos portado desde Málaga
para su marido». Las flores
podían pasar, pero nosotros no,
rotundamente.
Así que
entregamos las flores al señor
gendarme, tan correcto y amable
como inflexible, para que se las
entregase a Jacqueline. No
obstante, todos los periódicos y
cadenas de televisión que
cubrían el fallecimiento del
pintor más conocido del mundo,
abrieron a la mañana siguiente
con la noticia de que a Picasso,
como único homenaje público le
habían llegado unas flores desde
Málaga. Así, 'Le Provençal' de
Cannes decía: «El cadáver será
inhumado esta tarde en el recinto
del castillo y para ser fieles al
deseo de Picasso no se han
aceptado flores, salvo aquellas
que fueron traídas desde su
ciudad natal». Afinando la
suspicacia profesional, los
periodistas italianos y el
corresponsal de la RAI dijeron
que: «Un joven director de cine
malagueño había pretendido
entrar en el castillo con una
cámara escondida bajo el
chaquetón para presenciar el
entierro de Picasso, utilizando
como caballo de Troya un ramo de
flores supuestamente traído desde
Málaga». Lo cual no dejaba de
ser cierto en todos sus extremos.
Más
explícito y ecuánime fue el
comentario del corresponsal de la
revista 'Blanco y Negro', quien
con una fotografía en color a
página y media del momento de mi
discusión con los gendarmes,
decía: «Nada más conocerse la
noticia de la muerte, comenzaron a
llegar a la casa de Picasso
innumerables coronas de flores
procedentes de casi todos los
países occidentales. De todas
ellas, por orden expresa de su
viuda, sólo una pudo traspasar el
severo cerco de los gendarmes. En
la cinta morada, cuatro palabras
que expresaban el emocionado
homenaje de la tierra que le vio
nacer: 'Málaga a Pablo Picasso'».